martes, 25 de septiembre de 2012

Hemos llegado a Bucarest

La ciudad de Bucarest (en rumano, Bucureşti) es la capital y ciudad más poblada de Rumania, así como su centro industrial, comercial y cultural. Está situada a orillas del río Dâmboviţa, que desemboca en el Argeş, un afluente del Danubio. Varios lagos -los más importantes de los cuales son el Floreasca, el Tei y el Colentina- se extienden a través de la ciudad, a lo largo del río Colentina, un afluente del Dâmboviţa. Además, en el centro de la capital hay un pequeño lago artificial -lago Cişmigiu- rodeado por los jardines del mismo nombre. Cişmigiu fue inaugurado en 1847 y, con base en los planes del arquitecto alemán Carl FW Meyer, los jardines son actualmente las principales instalaciones de recreo en el centro de la ciudad. Además de Cişmigiu, Bucarest posee varios grandes parques y jardines, entre ellos el parque Herăstrău y el jardín Botánico.
La ciudad cuenta con unos dos millones de habitantes, lo que la convierte, además, en la sexta ciudad más poblada de la Unión Europea.
Bucarest, como casi todas las ciudades importantes, tiene un fundador mítico. En este caso se trata de Bucur, un pastor que construyó allí su cabaña, entre los bosques de Valaquia, entonces Muntenia, a la orilla del río Dâmboviţa. El nombre derivado, bucurie, significa alegría; por lo tanto, Bucarest se puede entender como "ciudad de la alegría".
El origen de Bucarest está vinculado a la construcción de Curtea Veche en 1459, el nuevo palacio de Vlad Tepes. Curtea Veche se convirtió en la corte de verano del príncipe valaco y su familia. Bajo su reinado fue mercado de esclavos, lo que supuso un fuerte desarrollo económico de la zona y motivó el traslado de muchos rumanos, creándose así una nueva ciudad en expansión, que acabó convirtiéndose en la capital de Rumania en 1862 y consolidándose como el centro nacional de la comunicación, cultural y económico. Su ecléctica arquitectura mezcla estilos neoclásico, de entreguerras (Bauhaus y art deco), comunista y moderno. En el periodo de entreguerras, la arquitectura de la ciudad y la sofisticación de sus élites le valieron a Bucarest el apodo de "Pequeña París" (Micul Paris). Pese a que muchos edificios y distritos del centro fueron dañados o destruidos por la guerra, terremotos y el programa de sistematización de Nicolae Ceauşescu, la mayoría permanecieron en pie.
Económicamente, la ciudad es la más próspera de Rumania y es uno de los principales centros industriales y de transporte de Europa del Este. Como ciudad más desarrollada del país, Bucarest tiene también una amplia gama de instalaciones educativas. Posee dieciséis universidades públicas y diecinueve privadas. Estas últimas, sin embargo, tienen una dudosa reputación entre el público debido a irregularidades en el proceso educativo, así como casos de corrupción. Como en el resto de Rumania, las universidades de Bucarest están relativamente poco valoradas a nivel internacional, al menos en comparación con las americanas o las europeas occidentales. Pese a ello, en los últimos años ha crecido en sus universidades el número de estudiantes procedentes del extranjero, principalmente de Asia.
También hay alrededor de 450 escuelas públicas de primaria y secundaria en la ciudad, todas ellas administradas por la Inspección Municipal de Escolarización de Bucarest. Cada sector tiene su propia Inspección de Escolarización, que depende de la central municipal.
La economía de Bucarest se centra principalmente en la industria y los servicios; estos últimos han crecido enormemente en importancia en los diez últimos años. Bucarest es también el centro más grande de Rumania para la tecnología y las comunicaciones de la información.
Bucarest tiene el sistema de transporte público mayor de Rumania y el tercero más grande en Europa. Tiene también metro, tranvía, autobuses, trolebuses y trenes ligeros.
En Bucarest nos hospedamos durante dos noches el hotel Golden Tulip Victoria, en calea Victoriei, número 166; dispone de 82 habitaciones austeras, con vistosas sillas rojas frente a grandes ventanales. No obstante, el espacio de zonas comunes es muy reducido, así como el de las habitaciones, impropias de un hotel de cuatro estrellas.
La calea Victoriei, avenida de la Victoria, cruza Bucarest como una larga cicatriz desde el río Dâmboviţa hasta la plaza homónima, donde confluyen nueve grandes avenidas de la ciudad; es la calle que aglutina el Bucarest moderno. Por ella se sale hacia Estambul y por ella han desfilado los invasores extranjeros; una avenida flanqueada de edificios que hablan de épocas pasadas, de vida política, cultural y mundana que desapareció dejando un rastro urbano de noble arquitectura, ya un tanto caduca.
Hacía mucho calor en Bucarest. Pese a ello, decidimos salir a pasear por la calle Victoriei, pero muy pronto, sudorosos, tuvimos que dar la vuelta y regresar al hotel. Vimos una serie de edificios sin penetrar en su interior: el Palacio Romanit, que alberga el Museo de los Coleccionistas de Arte; el Palacio Ştirbei, antigua sede del Museo de Artes Aplicadas, un elegante edificio con columnas y cariátides, construido entre
1833 y 1835 por el arquitecto Joseph Hartl; la biserica Alba, que data de comienzos del siglo XVIII; el Ateneul Român, casi un símbolo de la ciudad, construido entre 1886 y 1888 por el arquitecto francés Albert Galleron, delante del cual se alza la estatua de Mihai Eminescu, poeta nacional rumano, obra del escultor Gheorghe Anghel; el Palatul Republicii, antiguo Palacio Real, cuya mayor parte está ocupada por el Muzeul Naţional de de Artă al Românie, la Piaţa Revoluţiei, donde se fraguó la caída del régimen de Ceauşescu en 1989; la Biblioteca centrală universitară, construida en estilo neoclásico para sede la Fundación Carol I por el arquitecto francés Paul Gottereau entre 1891 y 1895; el monumento a Carol I y, al lado, el monumento a la Revolución; la biserica Cretulescu, edificada en 1720-1722 y restaurada en 1933-1939, con fachada de ladrillo… Poco más. Regresamos al hotel sumamente acalorados.
 Unos chiquillos -no tendrían más de ocho años- mendigaban en la calle, descalzos sobre el asfalto ardiente. También observamos algunas parejas de perros vagabundos -se dice que en Bucarest llegan a 100.000-, que constituyen una reminiscencia de cuando Ceauşescu destruyó el centro de la ciudad y sus propietarios se quedaron sin corrales o espacio en casa para cobijarlos. Muchos miles de estos perros desaparecieron “casualmente” justo antes de la cumbre de la OTAN en 2008, para regresar a las calles poco después en un número aparentemente inferior. La mayoría son inofensivos, pero las mordeduras son un hecho y, desde luego, su aspecto “patrullando” las calles no resulta precisamente tranquilizador.
A la caída de la tarde, el autocar nos recogió en el hotel para llevarnos a cenar a la cervecería Caru´cu bere (Carro con cerveza), uno de los locales más típicos de la ciudad, ubicado en el número 5 de la calle Stavropoleos. Fue inaugurado en 1879 en estilo neogótico según los cánones de las cervecerías alemanas, reconstruido en 1924 y después restaurado. A finales del siglo XIX era el punto de reunión de los intelectuales de la capital. Aunque su oferta de platos, de cocina local e internacional, no es nada del otro mundo, ni demasiado variada, la fama de esta cervecería se debe al ambiente del local, con música en directo. De cuando en cuando, los camareros desfilan en una larga procesión al son de la música.
Casi enfrente de Caru´cu bere se puede admirar la biserica Stavropoleos, una de las iglesias más bellas de Bucarest, con elementos de estilo brancovino (como la decoración de los capiteles), el arquitrabe de piedra labrada, la portada de madera tallada y sus rejas de hierro forjado; posee un bonito pórtico de mármol con cinco arcadas polilobuladas y balaustrada bellamente labrada con motivos florales y figuras.
Al fondo de la calle, en la esquina de calea Victoriei, se ve un gran palacio que alberga el Museo Nacional de Historia y, muy cerca, la imponente mole del palatul Casei de Economii şi Consemnaţiuni (C.E.C.), Caja de Ahorros construida en estilo ecléctico por el francés Paul Gottereau entre 1896 y 1900, con gran cúpula central de vidrio y metal.
Regresamos andando al hotel, cansados, acalorados y un poco desilusionados.
El día siguiente (7 de agosto), último de estancia en Rumanía, el autocar nos llevó a hacer un recorrido por las zonas más interesantes de la ciudad, realizando paradas en aquellos lugares merecedores de una mayor atención. Pasamos por el bulevardul Regina Elisabeta, avenida de aspecto noble, dejando a nuestra derecha el grădina Cişmigiu y a la izquierda el palatul Primariei Municipiului Bucureşti, el ayuntamiento de la ciudad, construido en estilo tradicional rumano por Petre Antonescu en 1906-1910. El bulevardul Regina Elisabeta nos llevó hasta el jardin de la Opera Românâ, monumental teatro de formas clásicas inaugurado en 1954. Desde aquí, una vez cruzado el puente sobre el Dâmboviţa, vimos las iglesias de Sfântul Elefterie Nou y Sfântul Elefterie Veche y paramos finalmente en la inmensa plaza semicircular Constituţiei, situada delante del Palatul Parlamentului. Es este el mayor palacio del mundo después del Pentágono: se trata de un edificio de planta rectangular de 270 m x 240 m y de 84 m de altura.; su volumen (2,55 millones de metros cúbicos) supera a la pirámide de Keops; dentro hay 440 despachos, salones de recepción y representación, un enorme vestíbulo y misteriosos subterráneos que llevan a un búnker antinuclear. Desde 2005 es sede de ambas cámaras legislativas, si bien empezó como Casa del Pueblo, que debía acoger todas las instalaciones del estado. Es la plasmación en piedra del sueño faraónico de Ceauşescu; se construyó en cinco años, trabajaron en La obra más de 20.000 obreros, hombres de la Securitate -la policía secreta del Régimen- y más de 400 arquitectos. No es extraño, por tanto que el edificio esté mal visto e incluso sea odiado por gran parte de los habitantes de la capital. Sin embargo posee un atractivo innegable, tanto por su grandiosidad como por su riqueza decorativa, suavizada por la monumentalidad de los volúmenes. Se emplearon solo los materiales más nobles: mármol y cristal nacionales, así como las enormes cortinas, hechas en los monasterios de Oltenia y Bucovina. Algunos datos pueden darnos una idea acerca de lo extemporáneo de esta construcción: mientras el pueblo moría de hambre, los medicamentos escaseaban en los hospitales y la industria agonizaba, este edificio costó 3.300 millones de euros; para hacer sitio al edificio y sus alrededores, fue arrasada la sexta parte de Bucarest; es el segundo edificio del mundo en cuanto a superficie, y el tercero en volumen; en la década de 1980, cuando se iluminaba, el edificio consumía, en tan solo 4 horas, el suministro eléctrico de un día de toda Bucarest; la araña de cristal de la sala de los Derechos Humanos pesa 2,5 toneladas….
Nuestro guía, Alexandru, parece mostrar cierto grado de simpatía hacia la figura de Nicolae Ceauşescu; no lo asegura, pero lo deja entrever. Y puede que muchos rumanos opinen lo mismo, pese a que en su época escaseaba la comida y otras mercancías de primera necesidad, así como la electricidad. La represión, el racionamiento la mala atención sanitaria, la escasez de combustible, la policía secreta, las torturas, la desaparición de más de seis mil aldeas…. estaban a la orden del día. A su muerte -fue ajusticiado, junto con su esposa Elena, en 1989 en Targoviste- dejó como herencia un país con una base industrial obsoleta, improductiva, una agricultura en ruinas y una población desesperada.
Resulta difícil, 23 años después de su muerte, hacernos una idea clara acerca de la personalidad de Nicolae Ceauşescu. Nada mejor para ello que recurrir al libro Tras los pasos de Drácula del periodista y escritor Fernando Martínez Laínez: “La paranoia del Conducator (así era conocido el dictador) está documentada. Tenía tanto miedo a que le envenenaran la ropa, o le contagiaran alguna enfermedad mortal al estrecharle la mano, que todo su vestuario estaba bajo especial vigilancia en un gran almacén, e incluso llegó a lavarse las manos con alcohol después de dar la mano a la reina de Inglaterra. Su Graciosa Majestad, por cierto, en una colosal metedura de pata nombró a Ceauşescu Caballero, un título del que fue oficialmente desposeído unas horas antes de su ejecución, cuando el pueblo ya se había rebelado. Por miedo a los virus, o quizás a las pulgas inglesas, el dictador rumano se llevó, incluso, sus propias sábanas cuando visitó Gran Bretaña. En ese mismo viaje fue adulado rastreramente por sus divergencias políticas con Moscú, y el líder del Partido Liberal, David Steel, le regaló un cachorro de labrador, al que Ceauşescu puso el nombre de Corbu. Se encaprichó tanto con el animal que los rumanos terminaron llamando al can “camarada Corbu”. La vida de Corbu pronto fue digna de envidia. Le paseaban en limusina por las calles de Bucarest acompañado de una escolta motorizada. Corbu pasaba el día en una lujosa villa y por las noches dormía en la mansión del dictador. Al perro le fue concedido el rango de coronel del Ejército, y el embajador rumano en Londres tenía instrucciones de comprarle galletitas especiales en uno de los supermercados más lujosos de esta capital. Un cargamento que se enviaba a Rumanía por valija diplomática”.
Después de sacar las fotos de rigor en la piaţa Constituţiei, el autocar nos condujo por el bulevardul Unirii, avenida de 120 metros de anchura flanqueada por edificios monumentales. Esta avenida, que consta de cuatro calles separadas por una zona verde central, con fuentes de estilos heterogéneos, es el fruto de una intervención urbanística posterior al terremoto de 1977, que se tradujo en la demolición de un tercio del casco antiguo; hoy día es una zona residencial de lujo. Paramos en la piaţa Unirii, para ver Hanul lui Manuc (posada de Manuc), el mejor exponente civil de la arquitectura tradicional en Bucarest, con abundante uso de la madera en las dobles galerías, ventanas y revestimientos. Actualmente alberga un hotel y restaurantes. Se construyó en 1808 en el emplazamiento de un antiguo palacio del voivoda por el diplomático y comerciante armenio Manuc bei Mirzaian.
En la acera de enfrente, observamos Curtea Veche, las ruinas del palacio del voivoda, construido en 1459 por Vlad Ţepeş y remodelado por el voivoda Constantin Brâncoveanu a principios del siglo XVIII. El palacio fue abandonado a mediados del siglo XVIII y se convirtió en guarida de malhechores.
Al lado, fotografiamos la biserica Curtea Veche, la iglesia del palacio del voivoda, que es el edificio religioso más antiguo de la capital; fue construida en 1558-1559 por el voivoda Mircea Ciobanul (el pastor) y después retocada y restaurada muchas veces. En esta iglesia era donde se efectuaba la “unción” (coronación) de los voivodas entre mediados de los siglos XVI y XIX.
En la calle Smârdan, esquina con Lipscani, vimos la Banca Naţională a Romaniei, construida en 1885 en estilo neoclásico por los franceses Albert Galleron y Cassien-Bernard y, en la calle Şelari, la biserica di Sfântul Nicolae, construida a instancias de Sherban Cantacuzino en la segunda mitad del siglo XVII. Otro edificio importante es el Círculo Militar Nacional, palacio construido en 1912 según el modelo del neoclasicismo francés.
De nuevo en el autocar, nos dirigimos hacia el norte, por Şoseaua Kiseleff, larga avenida que es una de las más pintorescas de la ciudad. Lleva el nombre del gobernante ilustrado ruso Pavel Dmitrievich Kiselëv, con quien lograron su primer estatuto las provincias de Moldavia y Valaquia a mediados del siglo XIX. Es una zona residencial, con amplios espacios verdes, en medio de la cual se yergue majestuoso el Arcul de triumf, erigido en 1922 en conmemoración de la victoria en la Primera Guerra Mundial. El primitivo era de madera recubierta de estuco y fue sustituido por otro de granito, obra de Petre Antonescu (1936). Tiene una altura de 27 m y está decorado con bajorrelieves y un altorrelieve de la reina María y el rey Fernando (colocado en 1991, en sustitución del que se había quitado y destruido en época comunista). En la lejanía se divisa el palatul Presei Libere (palacio de la Prensa Libre), imponente edificio de estilo estalinista construido en 1950 para sede de Scânteia (La Chispa), órgano oficial del partido comunista. El nombre actual alude a la libertad de prensa recuperada en 1989, cuando se cerró el diario comunista y se instalaron aquí diversos periódicos. En el centro de la plaza hay un bloque granito rojo que servía de pedestal a una gran estatua de Lenin, inaugurada en 1960 y derribada en 1990.
Poco más adelante, nos paramos a visitar el Muzeul Satului (museo del Pueblo), situado dentro del gran parcul Herăstrău, que forma con el parcul Floreasca, que se encuentra al lado, la mayor zona verde de la capital, alrededor de los lagos del mismo nombre originados por el curso del río Colentina. El museo está constituido por más de 70 grandes edificios tradicionales y fue fundado en 1936 por Dimitrie Gusti (1880-1955), promotor de la escuela de Sociología de la Universidad de Bucarest. Está en un rincón de la capital donde pueden pasarse unas horas de tranquilidad absoluta, paseando por extensas praderas y curioseando por entre casas campesinas de formas extrañas para nosotros, con el mobiliario antiguo, pequeñas viviendas de pescadores pobres, iglesias de madera y molinos. Entre los edificios del museo son muy interesantes los de la región de Maramureş, al norte del país, donde sigue practicándose la tradición de tallar la madera de las estructuras arquitectónicas, no solo con motivos ornamentales, sino con auténticas historias. Cabe mencionar la iglesia de Dragomireşti (1722), con amplia cubierta con tejas de madera que conserva parte de la decoración pictórica interior.
Al regreso en autocar vimos el monumento a los Aviadores, Ícaro alado sobre un obelisco (Lidia Kotzebue y Iosif Febeke, 1935); la lápida conmemorativa al pie recuerda a los aviadores caídos entre 1912 y 1938, y paramos para comer en Casa Oprea Soara, cerca de la piaţa Unirii, con el comedor al aire libre, instalado en un edificio construido en 1914 por el arquitecto Petre Antonescu, en estilo neorrumano, adaptando modelos de la arquitectura tradicional de Valaquia.
De regreso al hotel, tuvimos que permanecer en él toda la tarde, hasta la hora de cenar: nos fue imposible salir al exterior, a recorrer la ciudad, como teníamos proyectado, pues la temperatura llegó a alcanzar los 45 ºC. A las 7 y media de la tarde, fuimos a cenar al Restaurantul Pescarus, en bulevardul Aviatorilor, número 1, en la orilla del lacul Herăstrău, acompañados con un espectáculo folclórico, que no pudimos disfrutar, pues tuvimos que marcharnos para otras dependencias, debido al calor reinante.
Al día siguiente, hacia las seis y media de la mañana, nos trasladaron al Aeropuerto Internacional de Bucarest-Henri Coandă (anteriormente Otopeni) y desde allí un avión del operador nacional
TAROM nos llevó hasta Madrid en algo menos de cuatro horas. Eso sí: viajamos rodeados de rumanos por todas partes.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Hacia la capital

 El día 6 de agosto, salimos de Sibiu en dirección a Bucarest, de la que nos separa una distancia de más de 300 kilómetros, siguiendo el curso medio del Olt, afluente del Danubio. La primera parada la realizamos en el monasterio de Cozia, fundado en 1386 por el voivoda de Valaquia Mircea cel Bâtrân (el Viejo). Vimos la iglesia del monasterio, que es magnífica, con frescos de los siglos XIII, XIV y XVIII; en su pronaos se hallan las tumbas de Mircea y Teofane, la madre del voivoda de Valaquia Mihai Viteazul (el Valiente).
Seguimos luego hasta Curtea de Argeş. Se trata de una localidad de 32.500 habitantes, situada en la ribera oriental del río Argeş, y que es un importante enclave agrícola, punto de referencia de muchos pueblos de los alrededores. Según la tradición, esta ciudad fue fundada en el siglo XIII por el príncipe Radu el Negro, como capital del reino de Valaquia. Su nombre, en rumano, quiere decir corte real.
El monasterio, lugar de sentida devoción, acoge una singular iglesia, la biserica episcopală, con rica decoración de tipo oriental. Posee altas cúpulas encuadradas por dos torrecillas que dan a la fachada. Se construyó entre 1512 y 1517 sobre otro templo anterior edificado por Vlad Ţepeş; semidestruida por un incendio en 1867, la reconstruyó de arriba abajo Lecomte de Noüy en 1875-1886, respetando la estructura exterior, pero modificando el interior con una exuberante decoración a base de motivos tradicionales de arte de Moldavia y Valaquia. La importancia histórica de la iglesia se debe a su condición de panteón real: las tumbas del primer rey de Rumanía Carol I (1839-1914), su hijo Ferdinand I (1865-1927), Elisabeta y María están en la pronaos, cerca de las de los voivodas Neagoe Basarab (1512-1521) y Radu de la Afumaţi (1521-1529). Elisabeta y María fueron mujeres de mucha personalidad, con inclinaciones románticas un tanto extravagantes. Elisabeta, además de pintora, escribió versos con el seudónimo de Carmen Sylva, organizaba tertulias literarias en palacio y declaró obligatoria la vestimenta del traje regional para todos los cortesanos y sirvientes. En cuanto a María, la esposa de Ferdinand, la llamaron la “reina soldado” por sus frecuentes visitas a las trincheras en la Primera Guerra Mundial; le gustaban los uniformes militares, era consumada amazona y dispuso de muchos amantes.
En este momento de recuerdos históricos, surge el nombre de Carol II, hijo de Ferdinand y María, cuya escandalosa conducta estuvo unida a la corrupción y a la incapacidad política La vox populi asegura que padecía de priapismo, lo que le obligaba a mantener una incesante actividad sexual. Para satisfacerla acogía en palacio a prostitutas y cabareteras; además, tuvo una amante de tronío: Elena Lupescu, que le mantuvo hechizado hasta la muerte. Ambos abandonaron Rumanía en 1940 camino del exilio y cargados de dinero, y están enterrados en la iglesia lisboeta de San Vicente de Foras.
Delante de la biserica episcopală, bajo un baldaquín de estilo oriental, se encuentra situada la fuente de Manole, que se debe al autor del proyecto de la iglesia del siglo XVI. Cuenta la leyenda que, retenido en la cubierta del templo para que no proyectase edificios de belleza semejante, Manole intentó escapar con unas alas rudimentarias, pero cayó en el punto exacto donde ahora se encuentra la fuente. Otra leyenda refiere que la esposa de Manole fue emparedada en los muros de la iglesia siguiendo una costumbre local que obligaba al cantero a enterrar vivo un ser querido en el interior del templo para garantizar el éxito de su trabajo. Manole dijo a sus obreros que la primera esposa que trajera el almuerzo al día siguiente sería enterrada viva; los obreros se marcharon a sus casas y previnieron a sus cónyuges, con lo cual la mujer de Manole fue la que llegó primero.
Tambien vimos la biserica Sfântul Nicolae (iglesia de San Nicolás), que es lo único que queda del antiguo complejo del palacio del voivoda (Curtea Domnească), construido en tiempos de Basarab I (1310-1352) y su hijo Nicolae Alexandru (1352-1364). Es uno de los monumentos más bellos del país por la rara elegancia de sus formas arquitectónicas de estilo bizantino de los siglos XI-XII y algunos ciclos de frescos (los más antiguos, del siglo XIV). Se trata de la iglesia de los voivodas más antigua de Valaquia, terminada bajo el mandato de Vladislav Vlaicu (1364-1377), muchas veces remodelada y sometida por Grigore Cerchez a una larga y delicada restauración (1911-1926). Se conserva el exterior bizantino de bandas regulares de piedra y ladrillo. La cúpula, sobre un tambor de arcos ciegos, se apoya en las cuatro pilastras del cuadrado inscrito. Su decoración es de una mezcla de estilos, aunque se pueden reconocer los más antiguos, de 1384, por la maestría de su ejecución. En la naos se hallan las tumbas de catorce voivodas de Valaquia, entre ellos el fundador, Basarab I.
Comimos en Casa Domnească, en str. Plopis, número 3, y a continuación, de nuevo en autocar, nos dirigimos hacia Bucarest. En Pitesti, obsoleta capital de la industria automovilística rumana, cogimos la autopista A1, lo que aligeró nuestro viaje de las incomodidades de las deterioradas carreteras del país.





Ciudades de Transilvania

La ciudad de Braşov, con casi 300.000 habitantes, está situada en una depresión de los Cárpatos meridionales, al sur de Transilvania, a 46,4 km de Sinaia y a unos 166 km de Bucarest. Es una de las cinco ciudades rumanas más importantes y, sin embargo, ha sabido darle a su precioso casco histórico el aspecto de un pequeño burgo rodeado de naturaleza. Lo que sin duda debe a su particular situación geográfica, justo a los pies de altos montes, casi en un embudo, por lo que se ha visto forzada a crecer solo hacia el nordeste, manteniendo gran parte de la zona antigua rodeada de frondosos bosques. Es uno de los principales destinos de turismo interior; de ahí que cuente con atractivas tiendas, bastantes edificios de época sajona y numerosos restaurantes.
Su nombre deriva de la palabra eslava barasu, que significa fortaleza. El nombre alemán, Kronstadt, significa "Ciudad Corona" y se refleja en el escudo de la ciudad, así como en la denominación medieval latina de "Corona". Entre 1950 y 1960, la ciudad fue llamada Oraşul Stalin (en rumano, La ciudad de Stalin), en honor al dirigente ruso.
La región fue habitada por los dacios y romanizada en el año 106 d.C. En la época de las olas migratorias, eslavos, búlgaros y, finalmente, magiares (siglos IX-X) se mezclaron con la población protorrumana. En el siglo XIII llegaron los sajones, seguidos por los Caballeros Teutónicos llamados por Andrés II de Hungría. A los sajones se debe la construcción de la primera fortaleza, Brassoviaburg. En tiempos de las incursiones de mongoles y otomanos, se levantó la muralla. En el siglo XVI, Braşov era la ciudad más grande de Transilvania, el principal emporio de los tres voivodatos y el primer foco cultural. La renovada amenaza otomana y la dominación austriaca no lograron detener el ritmo de expansión económica de la ciudad. Bajo el imperio austro-húngaro, Kronstadt, como se llamaba entonces, conoció un gran desarrollo comercial y cultural. Aunque sufrió graves daños en el terremoto de 1940, en cambio salió bien parada durante la Segunda Guerra Mundial. Durante la posguerra se instalaron tantas industrias en la ciudad que durante algunos años llegó a ser la segunda población de todo el país. Sus inmensos barrios obreros fueron escenario en 1987 de un levantamiento popular contra el régimen de Ceauşescu que terminó en un brutal baño de sangre.
Hasta la década de los setenta, vivía en Braşov una considerable minoría de lengua alemana, que se vio empujada por Ceauşescu a abandonar el país. A partir de 1989, comenzó un nuevo éxodo de los descendientes de los antiguos colonos sajones, hasta el punto de que hoy en día no queda nadie de origen germano en la ciudad.
 En Braşov, recorrimos la stradă Republicii, calle peatonal que constituye la arteria central del casco antiguo, flanqueada por edificios pintados en ocre y tonos pastel y repleta de tiendas selectas y agradables terrazas; y luego nos recreamos en la piaţa Sfatului (plaza del Consejo), rodeada de cafés y restaurantes, que hacen de ella la zona más animada de la ciudad, tanto de día como de noche; aquí se encuentran la casa Sfatului (casa del Consejo), con su torre de vigía, de 48 metros de altura, y la casa Negustorilor (casa de los Comerciantes), edificio renacentista de 1539-1545, que era la sede de los mercaderes y artesanos de la ciudad.
Merece una mención especial la biserica Neagră, la iglesia más grande de Rumanía, construida entre 1383 y 1477. Recibe el nombre de “negra” desde el incendio sufrido en 1689. El exterior es de estilo gótico florido, con una torre de 65 metros de altura, muros reforzados con contrafuertes, ábside poligonal y seis portadas de épocas distintas. En el interior se aprecian tres naves de gran amplitud y la misma altura, y destaca una colección de 119 alfombras orientales, así como un espléndido coro con un famoso órgano de 4.000 tubos, construido en 1839; es digno de reseñar que la sillería del coro es móvil, para poder asistir tanto a la función religiosa (de rito evangélico y en lengua alemana) como a los conciertos de órgano.
Al sur del casco antiguo, la piaţa Unirii acoge en su centro el monumento a los caídos en la Primera Guerra Mundial (1939), y está dominada al sur por la biserica Sfântul Nicolae, catedral ortodoxa construida en madera en 1392 y reemplazada por una iglesia gótica en 1495, cortesía del príncipe valaco Neagoe Basarab (1512-1521), y posteriormente reformada en estilo bizantino. En 1739 fue ampliada y redecorada profusamente. Dentro hay murales de los últimos reyes de Rumanía, que fueron recubiertos para protegerlos de los comunistas y sacados de nuevo a la luz en 2004.
Junto al templo están las dos salas del Primer Museo Escolar Rumano, donde se acumula una vasta selección de libros y objetos antiguos, como la primera Biblia en ruso (1581), la bandera de coronación del rey Ferdinand, de 1922 (hallada en 2006), y libros escolares del siglo XV que advierten: “Quien robe este libro será maldito (…) su sangre se fundirá en su cuerpo (…) su ojo izquierdo se secará”. No hay indicaciones en inglés, pero sí guías.
Desde el monte Tâmpa, al que se sube en teleférico, se obtiene una preciosa panorámica de la ciudad. Allí, precisamente, está colocado un enome rótulo con el nombre de Braşov, emulando el tan conocido de Hollywood.
Al atardecer, cenamos en el restaurante Ardelenesc, de la cadena Sergiana, en Mureşenilor 28, y nos hospedamos en el hotel Ramada, en el número 13 de la calle Bucureşti, en Poiana Braşov, una estación de invierno situada a 12 kilómetros del centro del municipio.
Al día siguiente, 5 de agosto, salimos de Braşov con destino a Sighişoara, siguiendo una carretera en obras -lo aparece indicado por las señales “Drum in lucru”-, con baches, estrechamientos y paradas obligatorias que alargaron considerablemente la duración del viaje. El estado de las carreteras rumanas parece algo en consonancia con una antigua tradición de los Cárpatos, que aconsejaba no reparar los caminos, porque los turcos sospechaban que el arreglo serviría para traer tropas extranjeras, y tomaban inmediatamente represalias.
Sighişoara es una ciudad de Transilvania de 26.370 habitantes (2011), situada a orillas del Târnava Mare, a 119 km de Brasov. La ciudad alta, todavía rodeada enteramente por las antiguas murallas, es uno de los conjuntos monumentales más espléndidos de toda Rumania, declarado Patrimonio de La Humanidad por la Unesco. Conserva numerosos testimonios medievales y una atmósfera apacible que invita a pasear por sus calles desiertas y empinadas, sus jardines y plazas con bancos donde sentarse y restaurantes típicos o cafés al aire libre, si se visita en verano. Posee una floreciente industria vinícola gracias a los viñedos que cubren las colinas de los alrededores, aunque la artesanía y la industria textil son sus principales actividades.
Con el nombre de Castrum Sex, Sighişoara fue fundada en el siglo XII por colonos sajones, y resistió a la ola migratoria de la población mongol (1241). En el siglo XV se convirtió en una ciudad libre. Durante dos siglos estuvo gobernada por unos gremios que le proporcionaron riqueza y esplendor. Es la patria del célebre Vlad Ţepeş, voivoda de Valaquia, nacido en esta ciudad en 1431 y también del ingeniero aeronáutico Hermann Oberth, considerado inventor de los misiles V1 y V2.
Una vez aparcado el autocar en las afueras de Sighişoara, penetramos en el recinto amurallado a través de turnul Croitorilor (torre de los Sastres) de los siglos XIII-XIV. Esta es una de las nueve torres que continúan en pie de las catorce que en su día constituyeron la muralla de la ciudad, mantenida cada una de ellas por un gremio de artesanos; las otras ocho son: la del Reloj, la de los Curtidores, la de los Estañadores, la de los Cordeleros, la de los Carniceros, la de los Peleteros, la de los Zapateros y la de los Herreros. Desde la torre de los Sastres seguimos hasta la piaţa Cetăţii, la principal de la ciudad alta, rodeada de edificios de épocas renacentista y barroca. El más curioso de ellos es la Hirscherhaus, de estilo renacentista transilvano, más comúnmente conocida como casa cu cerb, por la cabeza de ciervo de madera, con cuernos de tamaño natural, colocada como adorno en la fachada del edificio. En esta plaza tenían lugar mercados, ferias de artesanos, ejecuciones públicas, empalamientos y procesos por brujería; hoy está llena de tenderetes donde se pueden adquirir dibujos, baratijas, postales e iconos de mala calidad.
Fuimos a continuación a la turnul cu Ceas, también llamada torre del Consejo en recuerdo de un edificio anterior que hasta 1556 acogió a la Asamblea de la ciudad. También llamada torre del Reloj, es el símbolo de Sighişoara. Data de 1676, tiene 64 metros de alto y está rematada por cuatro torrecillas que coronan la aguja principal. En 1648 se le añadió el carillón, con diversas figuras de carácter simbólico (las que están fijas en lo alto representan los días de la semana) de 80 cm de altura, talladas en madera de tilo: las tejas de cerámica policromada que recubren el tejado se colocaron en 1891. Desde 1898 la torre es sede del Muzeul de istorie, ocho salas donde se expone una colección que ilustra sobre la historia de la ciudad desde la época dacia hasta el siglo XX. Destaca una maqueta de la ciudad alta; entre los documentos más recientes se señalan los relativos a Hermann Oberth.
Bajamos de la torre, donde sacamos multitud de fotografías del entramado urbano de la ciudad. Su base está horadada por un arco bajo el cual pasa la calle con soportales de madera que conduce al pie de la ciudadela. Junto a la torre hay una terraza de piedra que sirve también de mirador, y desde la cual puede verse un bosquecillo de árboles; hay cerezos y almendros que se desparraman por la ladera sobre el valle del río Tarnava Mare.
Tras bajar de la torre, visitamos la biserica mănăstirei, cuyo aspecto actual es fruto de una remodelación realizada en 1677-1678 sobre un templo construido en los siglos XIII-XIV; y, al otro lado de la iglesia, la casa en la que vivió de 1431 a 1435 Vlad Dracul, hijo de Mircea el Viejo y padre de Vlad Tepeş. Una pequeña placa sobre la pared lisa lo advierte, y muchos turistas despistados piensan en seguida en el conde de largos colmillos; pero no se trata de él, sino de su padre, Vlad II, el caballero de la Orden del Dragón que fuera importantísimo voivoda de Valaquia.
Desde allí, nos dirigimos hacia la Scara Şcolii, una preciosa escalera de madera cubierta (1642) con 177 escalones que sube hasta la parte más alta de la ciudadela, donde se encuentra la Berghirche (iglesia de la Colina), evangélica, construida en 1345 sobre una capilla románica del siglo anterior y reconstruida en épocas diferentes. De la fachada destacan las magníficas ventanas del lado izquierdo y las estatuas del siglo XIV que adornan el ábside; en el interior, con planta de tres naves, cabe señalar los frescos, de 1488, las losas sepulcrales y varias estatuas del siglo XIV.
Frente a la entrada, detrás de la iglesia hay un cementerio alemán lleno de encanto. También detrás de la iglesia están los restos de la torre de los Orfebres. Hasta 1875 existieron los gremios de orfebres, sastres, carpinteros y hojalateros (los únicos cuyos talleres se encontraban dentro de la ciudadela).
Comimos en la ciudad baja, en el restaurante Cavaler, enfrente del cual se yergue, al otro lado del río Târnava Mare, la Catedrala ortodoxă, construida a comienzos del siglo XX.
Desde Sighişoara proseguimos el camino (95 km) hasta Sibiu, importante centro económico y cultural de Transilvania con unos 155.000 habitantes. Por la ciudad pasan el río Cibin y carreteras nacionales e internacionales. Sibiu es también un importante nudo ferroviario de Rumania, ya que se encuentra en la intersección de las líneas principales este-oeste y norte-sur.
Sibiu es una de las ciudades más prósperas de Rumania, y se beneficia de la más elevada inversión extranjera del país. Es sede de importantes empresas del sector automovilístico (Bilstein-Compa, Takata, Continental y SNR Roulments) y, también, alberga empresas que se dedican a la producción de componentes para máquinas de textiles, agro-industriales, y de componentes eléctricos (Siemens). Además, Sibiu es la sede de la segunda bolsa de valores más grande de Rumania (después de la de Bucarest), la Bolsa de Valores de Sibiu.
A lo largo del año 2007, Sibiu fue (junto con Luxemburgo) la Capital Europea de la Cultura. Este ha sido el evento cultural más importante que haya tenido lugar en la ciudad y esto ha atraído un gran número de turistas, tanto nacionales como extranjeros.
De origen romano (Cibinum) y posteriormente sajona (Hermannstadt), Sibiu constituía en la Edad Media uno de los vértices del triángulo defensivo establecido por los Caballeros Teutónicos para contener las incursiones que llegaban del sur. Esta plaza fuerte, que cerraba el camino al valle del Olt, tuvo un gran desarrollo comercial y conoció un largo período de prosperidad. Cuando en los siglos XIV y XV el comercio cayó en crisis a causa de la expansión del imperio otomano, florecieron en la ciudad las profesiones artesanales, creándose talleres que pronto se organizaron en gildas. Resulta curioso comprobar cómo los gremios artesanales se dedicaron entonces a fabricar aquello con lo que antes se había comerciado, sobre todo las alfombras persas. Los gremios se convirtieron en los centros de poder económico y de gestión de la administración, hasta el punto de que fue a ellos a quienes se confió la defensa de la ciudad. Fueron las propias gildas las que levantaron la muralla y los bastiones (cada gremio, un tramo) y subvencionaban a los ejércitos que habían de defenderles.
El casco antiguo de Sibiu se extiende a lo largo de la ribera derecha del río Cibin, sobre una colina localizada a unos 200 m del mismo. Se compone de dos entidades diferentes: la Ciudad Alta y la Ciudad Baja. Tradicionalmente, la Ciudad Alta era la zona más rica y el lugar donde se localizaban los comercios, mientras que la Ciudad Baja era mayoritariamente industrial.
Al llegar a Sibiu, el autocar aparcó en el bulevard Corneliu Coposu, muy cerca de stradă Cetaţii, donde se conserva un tramo íntegro de la tercera muralla, del siglo XVI; al lado, el foso está hoy transformado en zona verde. Seguimos hacia el norte, hasta llegar a la piaţa Mare (plaza Grande). Esta plaza, corazón de la ciudad antigua, es, con sus 142 m de largo y 93 m de ancho, la mayor de la ciudad; rodeada de palacios de tejados a dos aguas, en muchos de ellos se pueden ver unas curiosas buhardillas en forma de ojo. Cabe destacar la casa Haller, gótica; la iglesia romano-católica, barroca, coronada por la torre del Reloj; el monumento a Gheorghe Lazăr; el palacio Brukenthal, de estilo barroco-vienés, que fue la residencia principal del gobernador de Transilvania Samuel von Brukenthal, y el museo de Historia.
Desde la piaţa Mare llegamos a la piaţa Mica (plaza Pequeña), pasando bajo la turnul Sfâtului (torre del Consejo), construida en 1588 sobre los restos de una torre del siglo XV que formaba parte de la segunda muralla. La piaţa Mica es más pequeña y más larga que ancha y está conectada a otras plazas y calles por medio de callejones pequeños y estrechos. Desde ella se accede a la parte baja de la ciudad por medio de la calle Ocnei, que pasa bajo el puente del Mentiroso (en alemán, Lügenbrücke), el primer puente de hierro forjado en el actual territorio de Rumanía (1859), que tiene unos 5 metros de longitud y 1,6 metros de altura, siendo su apertura de 10,5 metros. Fue construido en Laubach, en la tierra de Hessa y montado en Sibiu, reemplazando otro puente anterior. Se le llamó "El Puente de los mentirosos" pues, según una leyenda, el puente se derribará si alguien que está sobre él dice una mentira. En la tradición local también circulan otras leyendas, en lo que concierne a los enamorados o a las mujeres que vendían en la zona. Sin embargo, la realidad parece ser otra, ya que el puente no tiene pilones en los que apoyarse y, por eso, fue llamado en alemán Liegenbrücke, que significa: El Puente reclinado. El nombre, como es casi homófono con Lügenbrücke (El Puente de los mentirosos), hizo surgir las leyendas y anécdotas mencionadas. La piaţa Mica, espacio reservado antiguamente para el mercado, ofrece todavía un aire medieval, ya que conserva a su alrededor las calles de los artesanos de los siglos XV y XVI con el pórtico corrido.
La piaţa Huet es el lugar donde se construyeron las primeras fortificaciones, por lo que las construcciones que la rodean son principalmente góticas; en esta plaza vimos la iglesia evangélica, una gran basílica en estilo gótico tardío construida entre los siglos XIV y XVI sobre el lugar que ocupaba una iglesia románica anterior del siglo XII. Fue destruida por los otomanos en 1438 y treinta años más tarde fue reconstruida. Posee una poderosa torre de cinco puntas y 74 metros de altura, y ante su fachada se alza la estatua en bronce del obispo Teutsch.
A continuación nos desplazamos hasta la Catedrala ortodoxă, en la calle Mitropollel, edificio neobizantino de los años 1902-1906; y luego paseamos por la stradă Nicolae Bălcescu, peatonal y flanqueada por bellos palacios de estilo centroeuropeo que acogen las tiendas más exclusivas de la ciudad.
Cayendo la tarde, el autocar nos recogió para llevarnos a cenar a Sibiel, un pueblo situado a 21 kilómetros al oeste de Sibiu, típicamente sajón y con una tradición turística que se remonta a la época del pasado régimen, ya que entonces esta localidad se incluía en las rutas para extranjeros, a fin de mostrar la prosperidad y el orden que reinaban en el campo rumano, características que se debían -y se deben- a la presencia de los laboriosos campesinos sajones y al hecho de que aquí la tierra no estaba gestionada por el estado sino por pastores y campesinos, quienes trabajaban las pequeñas parcelas que se les concedían como actividad secundaria. Hoy, las casas más amplias del pueblo se han transformado en granjas de agroturismo que acogen al visitante con gran cordialidad pero sin invadir su intimidad, y en las que se pueden degustar los mejores platos de la región, preparados por los propios granjeros. Una de estas es casa Reghina, en la calle céntrica del pueblo, a donde nos llevaron a cenar. Pese a todas las expectativas, ni la cena ni el lugar fueron acogidos con agrado: fue demasiado el tiempo invertido en el trayecto y la calidad y abundancia de la comida, en especial el postre, no resultaron muy satisfactorias.
Nos hospedamos en el hotel Golden Tulip Ana Tower, ubicado en la stradă Scoala De Inot número 2. Por causas que esperamos no hayan sido intencionadas, nos asignaron una habitación “single”, mientras que la doble que tal vez nos correspondía fue usufructuada por el guía Alexandru. Nos costó bastante tiempo y trabajo aclarar la situación, más que nada por el bajo dominio del inglés por parte de los empleados del hotel, y al final tuvimos que pasar la noche en una cama de 1,20 metros de anchura.



domingo, 23 de septiembre de 2012

Por tierra de castillos

El 4 de agosto, después de desayunar, subimos desde Sinaia hasta el castillo de Peleş, muy cerca del pueblo. Se trata de un enorme edificio, más bien palacio que castillo, construido por el rey Carol I entre 1873 y 1888 según proyecto de los arquitectos Wilhelm von Doderer, de Viena, y Johann Schultz, de Leopoli, remodelado y ampliado en 1896 por el arquitecto checo Karel Liman. Pese a que por aquel entonces se introdujo la combinación entre el hierro y el cristal, y al tono kitsch de los interiores, esta residencia real, toda de madera y con una recargada decoración, tiene un innegable encanto. Por fuera parece un gran chalet suizo, con elementos renacentistas italianos y bávaros: galerías con columnas, en el centro una torre con reloj a cuyo pie se abre una portada monumental con decoración de motivos clásicos, plantas superiores con galerías de madera tallada o esculpida. A la izquierda hay un patio renacentista con frescos trompe-l´oeil en las paredes; sobre ellos, un friso con escenas de la caza del oso. En medio del patio hay una bonita fuente. En cuanto al interior, se trata en su conjunto de un fantasmagórico mosaico de obras de excelente artesanía, un desfile ininterrumpido de boiseries talladas y más de 800 vidrieras (algunas más antiguas que el edificio).
Al salir de este palacio, recorrimos unos 50 kilómetros hasta llegar al castillo de Bran, fortaleza medieval húngara situada en lo alto del estrecho valle que comunica el sur de Transilvania con Valaquia y que goza de gran atractivo turístico por la relación que se le ha atribuido con el conde Drácula, cuya figura no supo o no quiso perfilar adecuadamente nuestro guía Alexandru.
El “verdadero” Drácula, Vlad Ţepeş, nacido en 1431 en Sighişoara, gobernó Valaquia en 1448, 1456-1462 y 1476. Fue sin duda un personaje sediento de sangre, aunque nunca llegó a comerse a nadie ni beberse su sangre. Su padre Vlad II fue llamado Vlad Dracul (del latín draco, “dragón”), por la caballeresca Orden del Dragón que le concedió Segismundo de Luxemburgo en 1431. El nombre rumano Drǎculea (“hijo de Dracul”) lo obtuvo Vlad Ţepeş de su padre. No obstante, otro significado de draco es “demonio”, que es el que popularizó la novela Drácula (1897) del autor irlandés Bram Stoker, en la que el protagonista es un vampiro, un no muerto que dependía de la sangre de los vivos para conservar su propia inmortalidad. En Rumania los vampiros forman parte del folclore tradicional. Los séptimos hijos son especialmente propensos a sufrir esa condición, identificable por tener pezuñas en vez de pies o un rabo al final de la espalda.
Stoker ambientó Drácula en Transilvania, una región que nunca visitó en persona. El supuesto castillo del conde Drácula en el paso de Borga estaba inspirado en el castillo de Cruden Bay, en el condado de Aberdeen, Escocia, donde Stoker bosquejó buena parte de la novela.
Volviendo al Drácula real, el pequeño Vlad tuvo una infancia desdichada. Pasó muchos años de su juventud en una prisión turca, donde se afirma que fue violado por miembros de la corte del sultán.
Vlad Ţepeş fue, sin duda, un gobernante firme y muchos rumanos lo consideran un héroe nacional, valiente defensor de su principado, aunque su modo de actuar era despiadado. Fue célebre por sus brutales métodos de castigo, que iban de la decapitación a hervir o enterrar en vida, y se ganó su sobrenombre póstumo Ţepeş (“Empalador”) por su forma favorita de castigar a sus enemigos. Les hacía introducir cuidadosamente por el ano una estaca de madera que salía del cuerpo por debajo del hombro, de modo que no perforase ningún órgano vital. Eso aseguraba 48 horas de inimaginables sufrimientos antes de la muerte. Ţepeş acostumbraba a hacerse servir la comida al aire libre mientras contemplaba a sus prisioneros turcos y griegos retorcerse de dolor ante él. La posibilidad de que Vlad fuese violado reiteradamente durante sus años de cautividad en una prisión turca le añade un nuevo cariz a su predilección por semejante método de tortura. Sin embargo, el empalamiento de enemigos derrotados no era raro en la Europa medieval. Se dice que un primo carnal de Ţepeş, Ştefan cel Mare, hizo “empalar por el ombligo en diagonal, uno encima de otro” a 2300 prisioneros turcos en 1473.
Mientras que Vlad Ţepeş murió en 1476 y Stoker en 1912, el conde Drácula sigue vivo, alentando una extraordinaria producción cinematográfica y cultural. Para muchos, los dos Dráculas (el conde y el príncipe) han terminado fundiéndose en un único personaje de doble cara, real y virtual, y el engendro resultante, dotado de existencia propia en la imaginación popular, se ha convertido en el representante de Rumanía más famoso en el mundo; mucho más que Eugène Ionesco, Elena Lupescu o la gimnasta Nadia Comaneci. Así, el negocio del turismo se beneficia cada vez más de los frutos de esta confusión, aunque también hay quienes temen que la identidad de un personaje histórico tan importante para la historia de Rumania quede ensombrecida por el aura del inmortal vampiro.
En el lugar de Bran fue construida una fortaleza por caballeros de la Orden Teutónica alrededor de 1212,cuando fueron recibidos en el Reino de Hungría, después de ser derrotados por los sarracenos en Tierra Santa y regresado de Palestina a Europa. Si bien aquella pequeña fortaleza fue arrasada con el paso del tiempo y recibió las arremetidas de las hordas tártaras en 1241, la estructura actual fue erigida por órdenes del rey Luis I de Hungría en el 1377, para cumplir una función comercial y defensiva contra el voivoda de Valaquia.
Este castillo es famoso por la creencia de que había sido el hogar de Vlad Ţepeş en el siglo XV. Sin embargo, no hay evidencias de que el Vlad viviera allí en persona y, según la mayoría de versiones, el Empalador pasó solo dos días en el castillo, encerrado en una mazmorra, cuando la región estaba ocupada por el Imperio otomano. Después de terminada la Primera Guerra Mundial, en 1920, se firmó el Tratado de Trianon, donde la región de Transilvania fue cedida al Reino de Rumania y, con esto, el castillo de Bran pasó a pertenecer a la administración rumana.
El castillo, que fue posesión de la Princesa Eliana de Rumania, la cual lo heredó de su madre, la reina María, fue incautado por el Gobierno comunista rumano en 1948. Durante muchos años fue cuidado irregularmente pero, tras la restauración de los 80 y la Revolución rumana de 1989, pasó a ser un destino turístico.
El heredero legal del castillo era el hijo de la Princesa Eliana, Dominic von Habsburg, y en 2006 el gobierno rumano se lo devolvió. Von Habsburg es un ingeniero estadounidense que vive en las inmediaciones de Nueva York. En 2007, Von Habsburg puso en venta el castillo por el precio de 50 millones de euros y la oferta fue aceptada por Román Abramóvich, un multimillonario ruso del petróleo, pero finalmente el trato no llegó a cerrarse y la propiedad sigue en manos de los Von Habsburg.
En una publicación de la revista Forbes de Estados Unidos, el castillo fue valorado en 140 millones de dólares, cantidad justificada por los expertos debido a los ingresos que podría proporcionar este edificio histórico como foco turístico. Pero los propietarios actuales y las autoridades insisten en rechazar el mito de Drácula, y prohíben explotar el castillo como parque temático sobre este personaje, lo que le resta mucho de su atractivo. Según las últimas noticias, la familia Von Habsburg ha decidido formar una sociedad a medias con las autoridades, para mantener el castillo abierto a los turistas.
La imagen del castillo de Bran ha sido utilizada en múltiples adaptaciones fílmicas de Drácula, y de manera informal ha llegado a ser conocido como «Castillo de Drácula». La economía local ha hecho uso de esta conexión para impulsar el turismo, y se pueden conseguir tarjetas postales y camisetas donde el castillo se sigue relacionando con el nombre de Drácula.
Unos cuantos escalones de piedra conducen al puesto de guar¬dia de la torre, construida en el siglo XVII; dos orificios para el amarradero de las sogas sobre la puerta de acceso al patio in¬terior de la fortaleza testimonian la existencia de una escalera de madera que, antes de la construcción de la torre, permitía entrar en el castillo. A la derecha del patio interior se puede ver el camino de ronda del muro meridional. La primera estancia a la que se entra es la Sala de la guarnición, destinada a la guar¬dia del castillo. Siguen a continuación, la Sala de la cancillería, la del Consejo, la de música, la de los trofeos de caza, y la cámara del príncipe Nicolás.
Una empinada escalera desciende junto a un pequeño distribuidor y conduce hasta una zona de paso que da acceso a tres estancias: la primera es el llamado Salón Biedermeier; la otra es el dormitorio del rey Ferdinand y la tercera es el Salón neobarroco. También son interesantes la Sala rococó, y la Sala austriaca.
Comimos al lado del castillo de Bran en el restaurante Popasul Reginei y después seguimos hasta Braşov, a 30 kilómetros de Bran.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Ya estamos en Rumanía

Cruzamos el paso fronterizo y atravesamos el Danubio, muy caudaloso en esta región, por el único puente que une Bulgaria con Rumanía. En este momento nos acompaña una guía rumana, de nombre Andrea, que comienza a hablarnos acerca de las peculiaridades del país que vamos a recorrer.

Rumanía tiene una extensión de 238.391 kilómetros cuadrados (casi la mitad del tamaño de España), y en ella se pueden distinguir tres regiones geográficas principales claramente diferenciadas. Los Cárpatos describen la forma de una guadaña que, desde Serbia, se introduce hasta el centro del país para curvarse hacia el norte en dirección a Ucrania. El pico más alto de Rumania es el monte Moldoveanu (2544 m). Al oeste del arco de la cordillera hay grandes mesetas con valles y montes salpicados de idílicos pue¬blos y ciudades. Al sur y al sureste de los Cárpatos están las tierras bajas -fuente de casi toda la producción agrícola rumana-, que acaban en el mar Negro y en el segundo delta más grande de Europa formado por el Danubio antes de morir en el mar. Este río forma la frontera sur de Rumania y, junto a sus afluentes Siret y Prut, desagua el país entero. El curso fluvial provee a la nación de una fuente importante de energía hidroeléctrica. Otros ríos principales son: el Mureş, que recorre 768 km al oeste desde el noreste de Transilvania; el Olt, de 736 km, que forma un valle en los Cárpatos meridionales, al este de Sibiu, antes de discurrir hacia el sur en Rumania para después desembocar en el Danubio; y el Prut, de 716 km, que forma la frontera con Moldavia y se une al Danubio al este del delta.

En Rumania las temperaturas pueden variar enormemente según la época y zona del país. El invierno es bastante templado, especialmente cerca de la costa, pero en las montañas se debe prever cualquier condición climatológica. La temperatura media anual es de 11 ºC en el sur, de 7 ºC en el norte y de solo 2 ºC en las montañas. En verano se han llegado a superar los 40 ºC en Bucarest y en la costa del mar Negro, mientras que en la depresión de Braşov y la zona de Miercurea Ciuc, en Transilvania se han alcanzado temperaturas por debajo de –35 ºC. Las precipitaciones son abundantes en todo el año.

Los Cárpatos rumanos albergan la mayor concentración de grandes carnívoros de toda Europa, aproximadamente la mitad de la población de osos y un tercio de la de lobos del continente. En total, el país acoge 33802 especies animales (82 de ellas amenazadas).

Las aves del delta del Danubio constituyen un espectáculo visual, pues la zona es un importante centro de tránsito de aves que migran entre puntos tan lejanos como el Ártico ruso y el delta del Nilo. Alrededor del 60 % de la población mundial de cormorán pigmeo pasa por Rumania.

En el país crecen unas 3700 especies de plantas (39 de ellas amenazadas). Entre las variedades de flora alpina típica están la amapola alpina (Papaver alpinum), la Aquilegia transsilvanica y, en los Cárpatos meridionales, el protegido edelweiss (Leontopodium alpinum).

Los Cárpatos son unos de los montes menos explotados de Europa, con pastos alpinos por encima de densos hayedos, robledales y bosques de abetos y píceas.

En el ranking de desarrollo, Rumania ocupa el 63º lugar. Posee, por cada mil habitantes, 192 ordenadores, 1146 teléfonos móviles, 187 automóviles, 6,5 camas en hospitales y 1,9 médicos. Su consumo anual de energía eléctrica es 2401 kWh por habitante.

Posee yacimientos de petróleo, gas natural y carbón, que producen el 60 % de la energía eléctrica; el resto de energía se genera hidráulicamente. Otros yacimientos de menor importancia son de hierro, plomo, cinc y manganeso. El 40 % de la superficie de Rumania está cultivado: maíz, trigo, patatas, remolacha azucarera, fruta y uvas. Su cabaña ganadera está constituida por bovinos, porcinos, ovinos y aves de corral. En el mar Negro se captura el esturión. Son importantes la industria petroquímica, la de construcción, la naval y la textil.

Rumania tiene unos 22,2 millones de habitantes. Más del 45 % de la población rumana es rural. De la población urbana, prácticamente 2 millones se concentran en la capital Bucarest, una ciudad millonaria del país, seguida de Cluj-Napoca (318.000 habitantes) cabeza de un nutrido grupo de ciudades de población cercana a los 300.000 habitantes (Timişora, Iaşi, Constanza, Galaţi, Braşov, Craiova). La inmensa mayoría de la población (89,5 %) son rumanos, de lengua rumana (91 %) y religión ortodoxa (86,8 %). El segundo grupo étnico más numeroso son los húngaros (6,6 %), seguidos por los gitanos (2,5 %) los ucranianos y los alemanes (cada uno el 0,3 %). Los rusos y los turcos representan ambos el 0,2 %. Alemanes y húngaros viven casi exclusivamente en Transilvania, mientras que ucranianos y rusos residen fundamentalmente cerca del delta del Danubio; los turcos se encuentran en la costa del mar Negro.

Los gitanos, romaníes o ţigani suponen de forma no oficial alrededor del 10 % de la población de Rumania y se encuentran entre los habitantes más desfavorecidos del país. Viven en pueblos y ciudades, pero también en aldeas, donde suelen habitar en casas apartadas del resto. Desgraciadamente, la situación de los romaníes era mucho mejor antes de 1989 que en la actualidad, aunque los comunistas no reconocían su condición de minoría. Hoy día, muchos rumanos consideran a los “irresponsables ţigani” como una amenaza para su propiedad y su sustento, pues algunos han amasado grandes fortunas en el mercado negro, y el resentimiento hacia ellos se ha agravado por las grandes mansiones que han construido para mostrar su riqueza. En Rumania, la mala reputación de los romaníes se ha forjado a lo largo de cientos de años. Durante la mayor parte de ese tiempo han vivido en la esclavitud. En los siglos XIV y XV, príncipes respetados como Mircea I de Valaquia y Esteban III de Moldavia compraron familias enteras de gitanos en los mercados de esclavos de Crimea. A menudo se enviaban como “regalo” a los monasterios, donde hacían los trabajos más denigrantes y agotadores, sin disfrutar de ningún tipo de derechos. Sin embargo, no todos los gitanos compartían el mismo destino: algunos grupos podían desplazarse y se ganaban la vida merced a sus habilidades comerciales. Los gitanos rumanos fueron liberados de la esclavitud en 1862 por Mihail Kogălniceanu, uno de los grandes estadistas liberales de Rumania. Durante la Segunda Guerra Mundial, cientos de miles de ellos fueron deportados a campos de exterminio. Los comunistas rumanos los trataron mejor, y hasta la década de 1970 algunos romaníes continuaron sobreviviendo en la carretera, obedeciendo a su bulibasha (rey) en lugar de a las autoridades estatales. Algunos romaníes han comenzado a hacerse escuchar, y se están realizando intentos para ayudar a los menos afortunados a integrarse de una forma más completa en la sociedad.

La lengua oficial es el rumano, el único idioma de la Europa del este que pertenece al tronco de las lenguas románicas. El idioma rumano, aislado del resto, ha seguido una evolución particular dentro de las lenguas románicas, sufriendo influencias eslavas, turcas, griegas, magiares, etc. Es sorprendente la facilidad que tienen los rumanos para aprender idiomas, en especial el español, sin necesidad de estudiarlos; ello se debe a que ven telenovelas subtituladas, los “culebrones” que les llegan de Sudamérica, y también de España, y que en Rumanía alcanzan cotas muy elevadas de audiencia.

La unidad monetaria rumana es el leu (en plural, lei), una moneda que ha sufrido recientemente una fuerte devaluación. Existen billetes de 2.000, 5.000, 10.000, 50.000, 100.000, 200.000 y 500.000 lei y monedas de 1.000, 5.000 y 10.000 lei. Un leu está dividido en 100 bani (en singular ban). Desde el 1 de julio de 2005, entró en circulación el nuevo leu (RON) que reemplaza al antiguo (ROL), equivaliendo 1 leu nuevo a 10.000 lei "antiguos". La equivalencia es: 1 € = 4,61 RON.

La variedad gastronómica rumana es grande y en cada región encontramos platos exquisitos, especialidades deliciosas con muchos caldos y sopas, cremas de verduras y muchos preparados de carne y también postres estupendos. Mămăligă es una masa de harina de maíz similar a la polenta que se puede hervir, comer o freír. Tradicionalmente se servía cubierta de brânză, queso de oveja salado. Puede ser terriblemente sosa (y muy consistente), especialmente la de las cafeterías y restaurantes pequeños, pero si es casera y está acompañada de smântână (nata agria) resulta bastante agradable. La ciorbă (sopa) es otro pilar de la dieta rumana y protagonista sistemático en las comidas. Procedente de la turca çorba, es un delicioso reconfortante de sabor ácido para los fríos días de invierno que suele servirse con una cucharada de smântână. Merece la pena probar la ciorbă de burtă (sopa ligera hecha con ajo y tripas de vaca), el favorito local con diferencia. Otras sopas populares son la ciorbă de perişoare (sopa con especias, albóndigas y verduras), y la ciorbă de legume (sopa de verduras cocinada con caldo de carne). A menudo se añade bors (mezcla líquida fermentada de salvado y agua) con limón o zumo de chucrut para lograr un sabor ácido. La tochitură se encuentra en casi todos los menús del país. Aunque existen discrepancias regionales, suele componerse de carne de cerdo frita, mezclada a veces con otras carnes, en salsa de pimienta acompañada de mămăligă y con un huevo frito por encima. En los restaurantes más baratos puede estar terriblemente salada y su carne correosa, pero si está bien cocinada es deliciosa. Otro plato popular es el sarmale (hojas de col o de parra rellenas de carne sazonada y arroz), legado de los días de dominio otomano. Los restaurantes y bares al aire libre generalmente ofrecen mititei o mici (rollos de carne picada con especias a la parrilla). Entre los postres típicos se encuentran la plăcintǎ (empanadas), el clǎtitet (creps), el cozonac (brioche) y el îngheţată (helado). La sarailie es una riquísima tarta de almendras bañada en sirope; los papanaşi son bollos rellenos de queso cubiertos de mermelada y nata agria; y los hurtos kalacs son unos enormes donuts recubiertos con una capa de azúcar o de chocolate. Para disfrutar de un tentempié rumano, se recomiendan los vovrigi (anillos de pan duro salpicados de cristales de sal).

El vino rumano todavía no ha alcanzado su mayor potencial, pero promete mucho. Los tintos y los blancos, muchos de los cuales son ligeramente dulces y deliciosos, proceden principalmente de cinco regiones: la meseta de Târnave (en las afueras de Alba Iulia, en Transilvania), Cotnari (en las afueras de Iaşi, en Moldavia), Murfatlar (cerca de la costa del Mar Negro), Dealu Mare (al sur de los Cárpatos, al este del valle de Prahova) y Odobeşti (en Moldavia del sur). Los vinos que ingeniosamente llevan la etiqueta de Drácula suelen destinarse a la exportación; sin embargo, los mejores son las variedades artesanales locales o vinos como el Feteasca Negra de Cotnari (tinto ligeramente dulce), la Grasa de Cotnari (blanco dulce), el Feteasca Regala (Espumoso de las afueras de Alba Iulia) y los característicos Chardonnay, Cabernet Sauvignon y Pinot Gris de Murfatlar. Aunque la producción vinícola se vio perjudicada durante el comunismo, después de 1989 se reactivó con la privatización. Tras una preocupante falta de financiación para toda la industria a mediados de la década de los 2000, la situación está mejorando. El vino tinto se llama negru o roşu y el blanco, vin alb; sec significa “seco”; dulce, “dulce” y spumos, “espumoso”.

En el norte de Dobrogea se pueden encontrar cafeterías que hacen un café turco excelente, con un espeso sedimento al fondo y una generosa cucharada de azúcar. A menos que se pida expresamente, el café y el ceai (té) se sirven solos y con azúcar. Si se quiere con leche, se debe pedir cu lapte, y sin azúcar, fără zahăr. Merece la pena probar las bebidas más fuertes. La ţuică es un brandy transparente filtrado una vez, hecho de fruta fermentada (la más deliciosa y popular es la ciruela ţuică), normalmente con una graduación del 30 %. La palincă (llamada harinca en Maramureş y jinars en la región de Cluj-Napoca) sorprenderá: es parecida, pero se ha filtrado dos veces y su graduación está en torno al 60 %. Ambos licores suelen hacerse en casa, donde el destilado resultante acostumbra a ser mucho más sabroso que las versiones comparadas en la tienda o mucho más fuerte, provocando escalofríos. En el norte de Moldavia, los licores artesanales se llaman samahonca, palabra similar a la rusa.

Estamos ya en Rumanía y poco a poco el autocar va atravesando la campiña al sur de Bucarest hasta llegar a la capital, cuyos suburbios parecen bastante pobres. A lo largo de la calle vamos viendo varios cementerios, que no constituyen el lugar más agradable para el turista. Paramos a cambiar moneda (en los bancos rumanos no quieren cambiar dinero búlagaro), y continuamos hasta el mismo centro de la ciudad, donde comemos en el restaurante Locanta Jaristea, en la stradă George Georgescu, números 50-52, no lejos del Palatul Parlamentalui; se trata de un establecimiento de ambiente agradable y servicio impecable, que ofrece comida rumana.

Desde allí seguimos hacia el norte, con un nuevo guía, Alexandru, de aspecto marcial. Pasamos por Ploieşti, la ciudad del petróleo, importante en otros tiempos, aunque hoy día poco conserva de su antiguo esplendor económico. La extracción comercial del petróleo comenzó en Rumanía a mediados del siglo XIX, cuando los campesinos de la zona excavaban los pozos a mano, sacaban la tierra a capazos con ayuda de cuerdas y recogían el combustible en cubos izados por poleas. Esta utilización rudimentaria del crudo permitió a un ingeniero llamado Mehediuzeano lanzar la idea de alumbrar Bucarest con petróleo refinado, lo que era una sorprendente innovación técnica para aquel tiempo.

A medida que nos vamos internando en Rumanía, vemos multitud de fábricas desmanteladas o abandonadas. Nuestro guía nos informa acerca de la triste realidad del país, cuyos habitantes se ven abocados a emigrar para lograr la subsistencia. Además, el problema medioambiental es alarmante: en medio de una belleza indescriptible se tropieza con decenas de latas de cerveza aplastadas o se divisa una pila de basura flotando en un arroyo. La UE hizo dos críticas fundamentales a Rumania: la gestión de residuos y la contaminación del agua. Según algunas ONG, lo prioritario es sensibilizar a la población sobre la conservación del medio ambiente.

Desde 1990 se han realizado muchas mejoras medioambientales en Rumania; entre otras, la limpieza de un depósito de residuos químicos y nucleares en Sulina; la construcción de nuevas chimeneas en Baia Mare, el mayor centro rumano de metalurgia no ferrosa; el cierre de plantas en Giurgiu y Copşa Mică y la instalación de filtros especiales en otras.

Aunque la contaminación producida por las fábricas se ha reducido a la mitad, en algunas zonas la contaminación atmosférica sigue superando los niveles aceptables y al delta del Danubio le queda mucho para poder considerarse un entorno limpio, sobre todo teniendo en cuente el creciente uso de fertilizantes en la agricultura.

Durante 2006 hubo mucho conflicto sobre la minería de Roşia Montană, en especial después de la catástrofe provocada en 2000 por una mina de oro de Baia Mare, que vertió 100.000 m3 de agua contaminada con cianuro a los ríos Tisa y Danubio; cinco años más tarde, la ONU informó que aún no se habían controlado adecuadamente los riesgos. En 2006 Rumania recibió un préstamo de 55 millones de euros para modernizar su suministro de agua y adaptarlo a los estándares comunitarios.

Hace calor en Rumanía y parece que se aproxima una tormenta. Recorremos el valle de Prahova y, después de 320 kilómetros desde Veliko Tarnovo, llegamos a Sinaia, llamada la “Perla de los Cárpatos”, localidad de montaña con unos 12.500 habitantes, rodeada de cimas superiores a 2000 metros, en el alto valle de Prahova, al pie del macizo de Bucegi. Su éxito turístico ininterrumpido se remonta al siglo XIX, cuando fue residencia veraniega de la corte. Sigue siendo muy frecuentada, incluso por turistas de un día, gracias a sus monumentos, buenos restaurantes y remontes para la práctica de esquí en invierno. Tiene magníficos hoteles -nosotros nos hospedamos y cenamos en el hotel New Montana, con instalaciones ultramodernas (piscina cubierta, gimnasio, sauna y sala de masajes), situado en el número 14 de Bulevard Carol I- y un Casino (recuperado en 2004) de comienzos del siglo XX, con teatro incluido.

Históricamente, Rumanía ha estado dividida en tres regiones: Valaquia, al sur; Transilvania, al norte, y Moldavia, al este. Nosotros ahora nos encontramos en la parte norte de Valaquia, y en el transcurso de nuestro viaje nos internaremos en Transilvania.

El monasterio de Sinaia es un complejo de edificios de diversas épocas. Una vez dentro del recinto, se ve primero la biserica mare (iglesia grande) de 1842-1846, dedicada a los santos Pedro y Pablo. Su aspecto actual se debe a la restauración de los años 1897-1903, cuando el arquitecto Lecomte de Noüy la transformó en el típico edificio “neorrumano”, mediante la incorporación de elementos de la antigua arquitectura de Valaquia (el brău, el cordón de cerámica amarillo y verde; y el pórtico con columnas de piedra labrada con motivos florales, que se repite en la portada) y Moldavia (alternancia de piedra y ladrillo; rica decoración interior). Los frescos neobizantinos sobre fondo de oro son obra del danés Ahge Exner; los del muro oeste, en estilo tradicional rumano, representan al metropolita de la época, los reyes Carol I y Elisabeta y su hija María en el acto de ofrenda del templo. Púlpito, sillería del coro e iconostasio son de madera de tejo y roble tallada y dorada.



De Plovdiv a la frontera rumana

El día 2 de agosto, salimos de Plovdiv en dirección noreste, camino de Veliko Tarnovo, haciendo tres paradas intermedias.
La primera tuvo lugar en Shipka para contemplar el principal monumento, la llamada catedral de Shipka, edificada en 1902 en memoria de los soldados rusos caídos durante la batalla de Shipka que enfrentó a un destacamento del ejército ruso apoyado por voluntarios búlgaros contra un ejército otomano cuatro veces mayor, liderado por Solimán Bajá en 1877. Esta batalla se considera de crucial importancia para la posterior liberación de Bulgaria y simboliza la lucha contra la dominación otomana. La iglesia, que reproduce el estilo de la arquitectura religiosa rusa del siglo XVII, tiene planta cuadrada cruciforme, con bóveda en el centro y tres ábsides. La entrada principal, en la fachada occidental, consta de tres arcos. Junto a esta fachada está adosado el majestuoso campanario de 53 m. de altura. Para fundir las 17 campanas que lo componen se emplearon 30 toneladas de cascos de los proyectiles que fueron disparados durante la batalla. El iconostasio está tallado en madera de tilo a la que se aplicó pan de oro. Las paredes están cubiertas de pinturas con escenas del Viejo y Nuevo Testamento y también con composiciones que reflejan la historia de Bulgaria y Rusia. En la cripta reposan, en 17 sarcófagos, los restos de los caídos en la guerra. En 1970 el monasterio de Shipka fue declarado Monumento Histórico Nacional.
A continuación visitamos la tumba tracia de Kosmatka, uno de los más impresionantes monumentos de la civilización tracia, que data del siglo IV a.C. y es la principal muestra de la cultura de este antiguo pueblo. Los arqueólogos creen que es la tumba del rey de los tracios Seuthes III (Golyama Kosmatka), cuya poderosa dinastía tenía la residencia en la ciudad de Seutopolis, cerca de Kazanlak. La tumba consta de tres cámaras unidas, una de las cuales contiene el sepulcro del rey y algunas piezas destacables en oro y plata.
Luego nos desplazamos hacia el Valle de las Rosas, famoso por su centenaria industria del cultivo de la rosa damascena, que produce alrededor del 80 % del aceite de rosas del mundo. Esta flor fue introducida en el centro de Bulgaria por los turcos en el siglo XIX. El suelo y el clima de la región resultaban perfectos para su cultivo, de tal forma que en el siglo XX la producción de aceite de rosa se había convertido en una floreciente industria. Las rosas crecen en plantaciones que ocupan más de 30 km a lo largo del valle entre Karlovo y Kazanlak. Florecen de finales mayo a mediados de julio y son recolectadas entes del amanecer para preservar su aceite. Se necesitan unas 3,5 toneladas de pétalos para producir 1 kilogramo de aceite de rosa, cuyo valor ronda los 6000 euros. El Festival de la Rosa de Kazanlak dura una semana y vive su momento cumbre el primer fin de semana de junio con música y baile.
Después de comer en el restaurante Kransko Hanche, en el término de Kazanlak, nos encaminamos a Veliko Tarnovo, donde llegamos después de recorrer unos 80 kilómetros.
Veliko Tarnovo, con sus 67.000 habitantes, es el centro cultural del norte de Bulgaria y su actividad económica se centra fundamentalmente en el turismo y en la industria textil. Situada 250 km de Sofía y a orillas del río Yantra, la ciudad fue fundada por los tracios y en la época de mayor esplendor del imperio búlgaro, en la alta edad media (1185-1393), fue la capital del país. En Veliko Tarnovo el zar Ferdinand declaró la independencia de todos los territorios búlgaros el 5 de octubre de 1908. La ciudad disfruta de un espectacular emplazamiento en la ladera de una montaña, una bella arquitectura y abundantes monumentos históricos, lo que la convierte en una de las ciudades más hermosas del país. Sus casas altas y estrechas se asoman al borde de las paredes verticales que se alzan en la orilla de los meandros del Yantra, mientras que al este se encuentran las ruinas de la majestosa fortaleza de Tsarevets, una de las tres colinas sobre las que se construyó la ciudad; las otras dos son la de Trapezitsa y la de Sveta Gora.
En Veliko Tarnovo nos hospedamos en el hotel Bolyarski, situado en el número 53 de la calle Stefan Stambolov. Desde la ventana de nuestra habitación pudimos disfrutar de una espléndida panorámica del caserío encaramado sobre los meandros del río Yantra; la Galería de Arte “Boris Denev”; el monumento Asenid, inaugurado en 1985, en el que aparecen representados Asen, Petûr, Ivan Asen II y Kaloyan a lomos de sus caballos junto a una grandiosa espada…: una visión inolvidable.
Acompañados por el guía, realizamos una visita a pie por la calle Sava Ranovski, donde se aglomeran tiendas de todo tipo de artesanos, y la calle Gurko, con su arquitectura tipo resurgimiento nacional, hasta llegar a la fortaleza de Tsarevets, emplazada sobre una colina rocosa rodeada casi por completo por el río Yantra. Esta fortaleza, cuyos muros llegan a alcanzar un espesor de 3,6 metros, posee dos puertas: la principal, al oeste, por la que entramos, y la Asenova, por la que accedían los artesanos que vivían en el barrio de Asenova, bajo la fortificación. Vimos a nuestra derecha la torre de Balduino, en la que en el siglo XIII estuvo encarcelado Balduino de Flandes, y por la que entraban los mercaderes extranjeros que vivían extramuros. Pasamos al lado de las ruinas del Palacio Real, del siglo XII; accedimos a la iglesia del Patriarcado, también del siglo XII, encaramada en el punto más alto de la fortaleza, y también llegamos hasta la roca de las ejecuciones, en el extremo norte, desde donde se empujaba al vacío a los traidores y enemigos.
De regreso hacia el hotel, nos detuvimos en la Catedral de la Natividad de María, con sus cúpulas verdes visibles desde muchos puntos de la ciudad.
Por la noche cenamos en el restaurante Hadji Nikoli, en el número 19 de la calle Sava Ranovski, donde en una mesa para dos personas celebramos muy alegremente el santo de Ángeles. El encargado del restaurante, que habla un español aprendido autodidactamente, nos sugiere tengamos cuidado con los rumanos: según él, son malas personas.
Al día siguiente, por la mañana, vimos la casa del Monito, de 1849, con la estatua en la pared del mono que le da nombre. Es una casa cuya entrada de la planta baja se encuentra a nivel de calle, mientras que en la parte trasera se accede a través de los pisos superiores en voladizo, algo parecido a lo que sucede en nuestro hotel, el Bolyarski, en el que el piso cero del ascensor corresponde a Recepción, existiendo otros muchos pisos por debajo que llevan numeración negativa.
Una vez acomodados en el autocar, emprendimos el viaje hacia la frontera rumana, delimitada por el río Danubio, que deja a su derecha la localidad de búlgara de Ruse, mientras que a la izquierda el pueblo de Giurgiu pertenece a la vecina Rumanía. A 93 kilómetros de Veliko Tarnovo nos detuvimos a visitar el complejo monacal de Ivanovo. Este complejo, que fue declarado en 1979 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, está constituido por un conjunto de iglesias, capillas y monasterios tallados en la roca de la montaña, en las orillas elevadas del río Rusenski Lom, a 32 metros sobre el nivel del agua. El lugar data, aproximadamente, del año 1320, en el que Joaquín, futuro patriarca de Bulgaria, fundó la primera comunidad monacal; a partir de entonces y hasta el siglo XVII, los monjes excavaron un total de cuarenta iglesias y aproximadamente unos trescientos edificios, mucho de los cuales no se conservan en la actualidad. La fama de estos “monasterios” se debe a sus frescos de los siglos XIII y XIV, que son considerados ejemplos extraordinarios del arte búlgaro medieval.
Después de abandonar Ivanovo, continuamos hasta Ruse, puesto fronterizo en el que cambiamos el autocar por otro de matrícula rumana, y abandonamos a nuestro guía búlgaro, que regresó a Sofia a hacerse cargo de otra expedición.

Nos vamos para Plovdiv

El día 1 de agosto, de mañana, salimos de Sofia en dirección a Plovdiv, atravesando la llanura tracia. Plovdiv, con cerca de 400.000 habitantes, es la segunda ciudad más poblada de Bulgaria, después de la capital. Está situada a 147 km de Sofia en las tierras bajas de Tracia, a la orilla del río Maritsa y de las siete colinas. La población es, predominantemente, búlgara, aunque también habitan en la ciudad minorías de gitanos, turcos, hebreos y armenios.
La historia de Plovdiv se remonta a 6000 años atrás, mucho antes que Atenas o Roma. Conocida como Eumolpia, fue conquistada en el año 342 a. C. por el rey Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno, que cambió el nombre de la ciudad a Filipópolis. Más tarde se hizo independiente bajo el dominio de los tracios, que la llamaron Pulpudeva, hasta que fue incorporada al Imperio romano. Su nombre cambió a Trimontim ("Ciudad de las tres colinas") y se convirtió en la capital de la provincia de Tracia; aún se pueden encontrar numerosos restos romanos en la ciudad.
Los eslavos tomaron la ciudad en el siglo VI y la llamaron Puldin. Los búlgaros la conquistaron en el año 815. El nombre Plovdiv aparece por primera vez en el siglo XV.
Bajo el gobierno otomano, Plovdiv fue un importante centro de los movimientos nacionalistas búlgaros, y aquí se estableció la primera imprenta en idioma búlgaro. La ciudad fue liberada de los otomanos en la batalla de Plovdiv en 1878, convirtiéndose en la capital de la región semi-independiente de Rumelia del Este hasta que la zona se unió finalmente a Bulgaria en 1885.
Durante el periodo de gobierno comunista que se estableció en el país a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, Plovdiv fue el centro de diversos movimientos democráticos que derrocaron finalmente al régimen pro-soviético en 1989.
Queda mencionar que Plovdiv es la cuna natal de dos jugadores de fútbol que destacaron en la liga española: Hristo Stoichov, en el Barcelona Club de Fútbol, y Georgi Iordanov, en el Sporting de Gijón.
El autocar nos dejó muy cerca del río Maritsa, y comenzamos a realizar un recorrido a pie por el casco antiguo, con su entramado de calles adoquinadas que trepan por tres escarpadas colinas: la Džambaz tepe (colina del acróbata), la Taksim tepe (colina del tanque) y Nebet tepe (colina del mirador). Vimos, en primer lugar, las ruinas del estadio romano, del siglo II d.C.; la mezquita Dzumaya, con su fuente interior rodeada de cuatro pilares; la iglesia de Sveta Bogoroditsa, con su campanario azul y rosa; el teatro romano, del siglo II d.C., que formaba parte de la Acrópolis de la ciudad; la Apteka Hipokrat, con sus paredes llenas de cajones de madera y recipientes etiquetados en latín; la iglesia de los Santos Constantino y Elena, con sus frescos; la casa Lamartine, en la que se alojó el poeta francés en 1833; la casa Nedkovich, construida en 1863; y muchas otras casas de los siglos XVIII y XIX, con fachadas pintadas, que constituyen un conjunto característico del llamado “barroco de Plovdiv”.
Comimos en el restaurante Puldin, en la calle Knyaz Tseretelev 8 en el casco viejo de la ciudad, un local lleno de encanto, construido sobre las ruinas de una fortaleza romana, con velas en las mesas y patios y corredores que forman un verdadero laberinto.
Apretaba el calor cuando fuimos en autocar hasta el hotel Sankt Petersburg, situado en el número 97 de Bulgaria Blvd, un hotel con muy buenas instalaciones, habitaciones majestuosas, aunque poco refrigeradas, y un conjunto de piscinas en el exterior. Desde allí, volvimos a pie a la parte antigua de la ciudad, atravesando el río Maritsa por el puente cubierto de madera y paseando a continuación por la arteria principal de la ciudad, la calle Alejandro I de Battenberg, repleta de edificios barrocos y que en verano disfruta de gran actividad comercial; allí nos sacamos una foto con “Miljo” el cotilla.
Por la noche cenamos en el restaurante Megdana, en ulitsa Odrin 11, casi en el centro de la ciudad; la cena, exquisita y muy abundante, estuvo acompañada de un espectáculo folclórico de gran calidad, en el que terminaron interviniendo algunos de los comensales.